¿Qué influencia tuvo la muerte de tu padre en tu visión sobre la justicia restaurativa y tu decisión de participar en los diálogos de La Habana?
La experiencia del asesinato de mi padre tuvo un impacto profundo en mi vida y en mi concepción de la justicia. Cuando mataron a mi papá, yo era un niño de 12 o 13 años. En ese entonces la cuestión era mucho más radical que sencillamente sentarse a reflexionar, se trataba de sobrevivir. Junto con mi madre tuvimos que exiliarnos, y eso marcó un punto de partida para mi interés por entender y buscar la justicia. A medida que fui creciendo, eligiendo qué estudiar, siempre tuve un fuerte interés en reflexionar sobre estos temas, en gran parte porque mi padre fue un defensor de derechos humanos, dedicado a procurar justicia para muchas personas. Esto también implicó ver de cerca las carencias de la justicia y la insatisfacción que generaban ciertos tipos de mecanismos legales. Como abogado penalista, él trabajaba en contextos de mucha violencia y defendía a personas perseguidas, y eso me permitió observar cómo, a veces, la justicia podía incluso dañar a las personas en lugar de ayudarlas.
Esa experiencia personal despertó en mí una convicción de que la búsqueda de justicia debía cualificarse de formas diferentes. Frente a violaciones de derechos humanos no era suficiente con encontrar a alguien y darle un castigo; debía pensarse en un marco mucho más amplio que trascendiera el hecho concreto. En ese sentido, mi objetivo ha sido, en parte, evitar que otros niños y familias tengan que pasar por lo mismo que yo viví.
Para mí, era fundamental pensar en un marco de justicia mucho más amplio que trascendiera el hecho concreto del asesinato de mi padre. Llevo casi 20 años intentando que el caso avance en la justicia penal, enfrentando muchas dificultades e incluso amenazas. Sin embargo, mi objetivo siempre ha sido ir más allá de ese único proceso penal. Por eso, mi participación en los movimientos sociales y de víctimas ha sido crucial, ya que me ha permitido estar en diversos escenarios para reflexionar sobre la justicia y hacer algo al respecto.
Una de estas experiencias importantes fue mi participación en los diálogos de La Habana con las FARC, donde fui convocado como parte de una de las cinco delegaciones de víctimas que participaron en diferentes momentos de la negociación. Cada delegación estaba compuesta por unas 10 personas, y el objetivo era que estas 50 víctimas pudieran hablar directamente con las partes en negociación para exponer no solo sus reclamos, sino también los contextos de lo que habían vivido. Mi delegación, me gustaría creer, impactó bastante a los negociadores, y esto nos permitió intercambiar ideas y perspectivas sobre lo que significaba la justicia para nosotros.